martes, 21 de abril de 2009

en 21:29 Etiquetas: , Publicado por Cacao



«'¿Es correcto enseñar teatro?' Te habría contestado que no lo sé, porque el teatro es un oficio peligroso... En el sentido que tiene que ver con la enfermedad. Es un oficio que posee componentes de carácter patológico, en el que la enfermedad, paradójicamente, no sólo existe y tal vez no se pueda eliminar, sino que ni siquiera se pueden hacer intentos razonables por extirparla. En cierto sentido, es una enfermedad que necesita buscar su empeoramiento. Tal vez podríamos establecer un vago paralelismo entre la enseñanza del teatro y la medicina homeopática. Es decir, no hay que comprimir ni reprimir el mal porque es la razón de ser del oficio, el componente más secreto del talento, sino que habría que tratar de convivir con ese mal, desarrollarlo, llevarlo a una total expresión. Como la peste de la que habla Artaud. Para buscar no una cura en el sentido estricto de la palabra, sino por lo menos una conclusión del mal que puede llegar a producir algo naturalmente de carácter expresivo, artístico.

[...] Basta con remontarse a sus mismos orígenes. Sabemos, aunque sólo sea con cierta aproximación por la ausencia de documentos sobre el tema, que una de las matrices del teatro, de la representación teatral, es la religiosa, la ritual. Hablo del famoso momento en el que, en la ejecución de un rito de carácter colectivo, se separa físicamente del coro un sumo sacerdote que inicia, primero con el coro y luego consigo mismo y con otros, ese diálogo conflictivo que luego se convierte en teatro, en el sentido de todo su existencia.

[...] Hechicero, chamán. Ahora el personaje del hechicero, del chamán (se percibe de forma intuitiva, de oído) sugiere de inmediato esa dimensión patalógica a la que me refería antes. Por lo que sabemos, por lo que nos dicen los etnólogos, ¿qué era ese hechicero en la sociedad primitiva? Un individuo dotado de virtudes especiales, simuladas o verdaderas, eso no tiene importancia. Un individuo al que se le atribuía una función especial, activa, que le permitía sobrevivir en el seno de la comunidad, encontrar en ella su sitio, su utilidad y su función social. Probablemente sus cualidades activas iban acompañadas de ciertas carencias y de ciertas habilidades, incluso en el plano físico, en el plano, precisamente, de la salud. Enfermedades especiales, recurrentes, como la locura. La locura, por ejemplo, es una enfermedad que suele asociarse con frecuencia a la figura no sólo del hechicero, sino también diría yo del vidente, del parapsicólogo, de cuantos actúan en un campo que no es del todo atribuible al comportamiento de la vida normal. La epilepsia, por ejemplo, la ceguera. No es casual que muchos personajes dramáticos, figuras videntes, empezando por Tiresias, se vean afectados por algunas de estas enfermedades específicas. El hechicero es el antepasado más probable del actor, incluso desde un punto de vista técnico, diría yo. Es el oficiante, el sacerdote, el intérprete de la voz divina, y luego será el actor poeta de las primeras formas dramáticas. En cualquier caso es un sendero que conduce al misterio, a una incógnita que no es extensible, que debe de mostrarse en cada caso a través del rito».


Vittorio Gassman: Sobre el Teatro. Conversación con Luciano Lucignani. Trad. C. Filipetto. Barcelona: Acantilado. 2003.


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